Vivir en la exactitud implica ir
cronometrado con el ritmo de los sucesos, haber descifrado el tiempo, tener el
motor calibrado y el combustible a tope. Conocer las condiciones
meteorológicas, anticipar los exabruptos del clima, no tener ataduras.
La exactitud es una ilusión de mili segundos
rodeada por caos intemporal de la verdad. Cuando la meta es alcanzada, cuando
se llega al punto exacto donde descubres lo insignificante de existir, te
quedas con este silencio inoficioso, el llanto no acude, la carcajada tampoco,
no hay otra explicación, has existido en vano, después y antes de ti sólo
habita la nada, las anécdotas del hombre se recopilan en el viento que va sin
rumbo. Acoger el vacío es acto único al que debemos dedicar nuestros días. En
la orilla opuesta se vislumbra la felicidad, hecha de espejismos y pronósticos,
entonces anhelas la presencia de tu mascota muerta hace años ya.
Hoy puedo pensar en el absurdo,
concebirlo mientras tomo mi café de la mañana, recibirlo como a un viejo
conocido que vuelve, ofrecerle una silla, sonreírle un poco, no prestarle
atención, no oír sus consejos de abuelo obsoleto, cambiarle el tema sin que lo
note, seguir escribiendo mis Historias de la Nada.