miércoles, 22 de enero de 2014

Vademécum




Levántate temprano y empieza el día con una buena taza de café oloroso. Nada de sólidos.
Abre la ventana, corre la cortina, ruega que el día sea gris y el clima frío. El sol siempre es mejor al aire libre y con algo de brisa.
Pon esa emisora de música clásica a bajo volumen. No desatiendas los comerciales. Piensa en tu mujer, admira sus contrariedades y mentiras, disfruta el amor etéreo de ese espécimen femenino que te pone la sangre a ritmo de avalancha. Ámala sin esperanzas. Maldísela todo lo que puedas pero nunca sueltes su mano.

Contempla tu rostro sin sorprenderte por las líneas del tiempo. Más bien agradece que ya estás más cerca del fin. Sin embargo, no bajes los brazos, sigue siendo arrogante, escupe el rostro de Dios, dale la espalda al enemigo. Quizás te hiera de muerte, o no. Igual, es tan cobarde como tú.
Confiésale a algún mojigato tu perversidad más aguda y a un verdugo tu cursilería más melosa. Acepta que la moda no sólo finge la belleza sino que la inventa. Deja de hacerle tanta reverencia al vino tinto, cualquier licor sirve para patrocinar la fiesta. La noche tampoco es el paraíso. No pagues tus deudas. Qué harían los otros sin tu vida como blanco de insultos. Nunca huelas feo. Si te enojas, no grites. Si gritas, pronuncia con dicción perfecta.

Lee refranes, escribe incoherencias, dibuja caricaturas, practica recetas, no hagas deporte, no llames a tus amigos, ignora a tus familiares, se firme con tu mascota, no tengas plantas decorativas, huye de las alturas (los abismos te llaman), visita el comercio pero no compres, roba tiempo, come sin peros, no mientas sin editar lo que dices, afina tu memoria, pero que el olvido sea tu mejor defensa contra los desplantes del amor. Antes de llorar, recuerda un chiste ridículo. Mete la panza. No saludes al vecino, sólo mira a las mujeres jóvenes. Dí piropos agridulces. No ahorres dinero. No reniegues del tráfico ni del clima. No esperes la felicidad.
 
 

domingo, 19 de enero de 2014

Reporte Matutino (última parte)




El camino que hay que recorrer debe ser otro. Igual todo puede ser calificado de ridículo si no se le otorga el interés que lo eleve a un estado de valoración significativo. Me siento hablando como un libro de autoayuda. Y eso que ya tengo claro hace bastante tiempo que con la existencia nada ni nadie nos pueden ayudar. Existir es una tarea tan solitaria como infructuosa. De verdad de nada sirven los grandes triunfos. Toda gran vida siempre termina en la muerte, toda gran obra siempre es devorada por el tiempo, o el olvido. Aunque no creo que vivir sea absurdo, estoy convencido de que la vida sí está llena de absurdos. Uno de los más grandes es el amor, aquella inspiración que parece haber sido creada para construir la dicha pero que en realidad funciona como una fuerza devastadora que te muele por dentro y te deja con la certeza de que eres una masa deforme de poco valor. Todo enamorado es ridículo y se ve ridículo, fracasado. No hay mayor certeza de individualidad que cuando se ama. Allí estás solo. No existe la completud. Contra el vacío interior nada puede. Y aunque casi todos quieren ser salvados de ese vacío, lo que al final se termina descubriendo es que ese vacío es fundacional e irremediable. Sólo unos cuantos afortunados salen airosos de la contienda de preguntarse sobre la existencia y su propio devenir. Usualmente son lo perversos, los que no sienten culpa por nada, y sobre todo no sienten la angustia de estar vivos. Esos son los verdaderos elegidos, los héroes, los que pueden deambular por todos los sitios sin sentirse forasteros en ninguno, los que no hablan pues les importa un bledo mostrar lo que piensan. Sus motivaciones son de espuma. No sienten, no aman, y por lo tanto son más individuales que el resto de las personas, más dueños de su vacío. Impasibles ante la voracidad del tiempo, no se sienten envejecer aunque ya estén decrépitos, no esperan la muerte pues desde el nacer han estado muertos, no se empeñan en vivir de una manera triunfadora pues lo suyo es irse gastando sin afán, no durar. No tienen preguntas, no meditan. Nada piden, nada dan. Son los ridículos victoriosos. Los verdaderos maestros de la adaptación y la impasibilidad, los reyes estoicos que sin reírse de nada se burlan de todo.
Para mi infortunio yo no soy uno de ellos. Soy su antítesis. Soy materia emocional blanda y biche. Absorbo todas las sensaciones que me rodean y fabrico con ellas cambuches de nostalgia, y los atiborro de una melancolía agridulce y tibia que es mi maná, los decoro con una ansiedad a media luz, espesa y lúgubre, que es mi nirvana. Sé que toda sabiduría nace obsoleta y es inútil porque se edifica sobre datos del pasado y en realidad nada puede anticipar del futuro, por lo menos no aporta un antídoto efectivo contra la incongruencia humana. Ahí radica lo ridículo de cualquier asunto que se juzgue. Todo es inoficioso. El destino ya está redactado con todas sus cláusulas y no hay apelaciones válidas. Por eso hoy me he vuelto a levantar con la antigua aunque no gastada certeza de que lo mejor es seguir siendo lo que a uno le correspondió ser sin fijarse ninguna meta, sin dejarse tentar por ningún reto, gozar con los giros de la existencia sin emociones desbordadas, sin esperar nada.



domingo, 12 de enero de 2014

Reporte Matutino (tercera parte)



Lo que voy pensando funciona como un pasatiempo que va archivando sus juguetes. En mi cabeza viven múltiples obras de teatro, tomos de diversas sagas, largometrajes de dinastías, series de dramatizados, episodios de historias aisladas, documentales, conciertos, entrevistas, afiches, monólogos; en fin, todo un zoológico visual y sonoro de información entrecruzada sobre la cual medito y obtengo razones para explicarme la vida. Invento diminutas teorías para cada plano de la realidad. Sin embargo acostumbro a expresar muy poco lo pensado, en el fondo desconfío de la lucidez de mis elucubraciones. También he detectado que la gente además de aburrirse con mis disertaciones es poca la atención que les prestan y menos aun lo que logran entender. Pero lo ridículo de la situación es que yo mismo me veo como un muñeco parlanchín inoficioso y no logro evitarlo. Quizás en el fondo no quiera. La masturbación mental también tiene su sabor a postre. Sé que la verborrea es un mantra que ensordece, que no hay palabra que supere el silencio, que con una palabra se creó el universo, que… Bueno, hacer un listado de máximas inoficiosas tampoco aportaría ninguna luz sobre por qué las cosas se ha vuelto tan ridículas.



viernes, 3 de enero de 2014

Reporte Matutino (segunda parte)



Los paseos que doy en solitario por la ciudad me permiten divagaciones que me embelesan. El viejo centro histórico con sus fachadas coloniales me hace viajar a épocas pasadas descritas en novelas del siglo pasado. Siento que con el entrenamiento adecuado podría ser un filósofo de buena monta. O un meditador de oficio. Eso, esa idea está más acorde con lo que puedo hacer, con lo que me viene fácil: meditar, armar pequeñas cápsulas de información trascendental, aforismos que causen la sensación de que el conocimiento es un tesoro que vale algo, que la liviandad tiene un agridulce grato, placentero; y que en la monotonía de lo cotidiano se puede flotar o bucear sin fracasos descomunales.
Aquí mismo me encuentro pensando en lo ridículas que se han puesto las cosas. Socialmente funciono como una pieza bien encajada, sin mayores defectos. Soy un individuo útil, no ofrezco peligro y los riesgos de que me descomponga irremediablemente son escasos. Al contrario, aporto una pizca más de lo esperado y aunque eso no me hace indispensable sí me hace confiable. Las personas confían en mí sin mayores esfuerzos. Yo mismo confío en mí, por eso sé que sin importar la magnitud de mi desazón nunca atentaría contra mi vida. El tamaño de mi vanidad se mantiene intacto por dentro, protector e infalible. Mi cuerpo ha empezado a cambiar con el paso de los años. Mi rostro es cada día más parecido al de mi padre, con sus arrugas profundas en la frente y su papada. Mis ojos siguen siendo únicos, no heredé la mirada de nadie de la familia, miro como quien quisiera pasar de largo a través de los objetos o detectar de golpe la historia de las personas. No como alguien que sospecha o escudriña, sino como alguien que es nuevo en el mundo o era ciego y recién ha obtenido la capacidad de ver. La curiosidad es el lema de mis días, es la que impulsa mi puesta en escena, la glotonería no aminora. A pesar de que muchos sucesos parecen repetidos, es poco lo que dejo pasar. Incluso lo insignificante es digno de ser tenido en cuenta para armar el rompecabezas. Miro para adivinar cómo sucede la vida y, como esa pretensión es imposible de lograr a cabalidad, termino meditando especulaciones ocurrentes sobre esto y aquello sin dar con el meollo de nada. Lo cual tampoco me genera frustración alguna.