Levántate temprano y empieza el día con una buena taza de café oloroso. Nada de sólidos.
Abre la ventana, corre la cortina, ruega que el día sea gris y el clima frío. El sol siempre es mejor al aire libre y con algo de brisa.
Pon esa emisora de música clásica a bajo volumen. No desatiendas los comerciales. Piensa en tu mujer, admira sus contrariedades y mentiras, disfruta el amor etéreo de ese espécimen femenino que te pone la sangre a ritmo de avalancha. Ámala sin esperanzas. Maldísela todo lo que puedas pero nunca sueltes su mano.
Contempla tu rostro sin sorprenderte por las líneas del tiempo. Más bien agradece que ya estás más cerca del fin. Sin embargo, no bajes los brazos, sigue siendo arrogante, escupe el rostro de Dios, dale la espalda al enemigo. Quizás te hiera de muerte, o no. Igual, es tan cobarde como tú.
Confiésale a algún mojigato tu perversidad más aguda y a un verdugo tu cursilería más melosa. Acepta que la moda no sólo finge la belleza sino que la inventa. Deja de hacerle tanta reverencia al vino tinto, cualquier licor sirve para patrocinar la fiesta. La noche tampoco es el paraíso. No pagues tus deudas. Qué harían los otros sin tu vida como blanco de insultos. Nunca huelas feo. Si te enojas, no grites. Si gritas, pronuncia con dicción perfecta.
Lee refranes, escribe incoherencias, dibuja caricaturas, practica recetas, no hagas deporte, no llames a tus amigos, ignora a tus familiares, se firme con tu mascota, no tengas plantas decorativas, huye de las alturas (los abismos te llaman), visita el comercio pero no compres, roba tiempo, come sin peros, no mientas sin editar lo que dices, afina tu memoria, pero que el olvido sea tu mejor defensa contra los desplantes del amor. Antes de llorar, recuerda un chiste ridículo. Mete la panza. No saludes al vecino, sólo mira a las mujeres jóvenes. Dí piropos agridulces. No ahorres dinero. No reniegues del tráfico ni del clima. No esperes la felicidad.