domingo, 27 de febrero de 2011

Rastros 3.

Escribir puede tener varios frentes. Para mí suele ser un monólogo que sostengo desde hace varios años en el que todos los temas giran alrededor del quehacer humano diario, sus ideas, sentires y acciones. Estoy dándole respuesta a todo interrogante, creando varias líneas discursivas sobre lo que creo sucede. No es mucho lo que he logrado sacar en limpio, las conclusiones elaboradas se auto destruyen, se anulan al ser confrontadas con nuevo giro de la realidad, o simplemente descubro que mis verdades son tan sosas e inútiles que las dejo apiladas en un rincón para que el tiempo de cuenta de ellas. El efecto directo que este fracaso en mi intención de descubrir cómo funciona el mundo ha tenido sobre mi actividad mental me ha convertido en un zombie vegetal. Solo queda un gesto en mi rostro y no es de asombro, no es de desolación tampoco, ni de hombre impasible. Es más bien un gesto de resignación. Acepto que no hay mucho por hacer para entender los exabruptos de ese engendro, mezcla de libélula y gusano, que es un aprendiz de escritor. Me permito gozar lo que hay. Así nacen algunos poemas.

Otro frente por el que llevo mi escritura es la narración de lo que veo allá afuera y hace eco con lo que acarreo dentro, sin que sea capaz de nombrar con nitidez ninguna de las dos cosas que percibo. En eso consiste mi narración, en intentar dar cuenta, con palabras y cabriolas mentales y cardiacas, lo que creo que veo. Allí permito que se revuelva todo lo que llega en una ensalada medieval, gótica, galáctica, prehistórica, mundana, celestial, apasionada, reflexiva, infantil, doliente, soñadora…; sobre la cual me dedico largos ratos ha separar sus ingredientes, reconocerlos en esencia, manipular su genética, y crear nuevas combinaciones para hacer tipos de ensaladas digeribles por mi y por otros para ir dejando textos acabados como recetas para compartir en busca de sus opiniones sobre el sabor. Así recibo nuevos datos para seguir experimentando con mezclas e ingredientes, ya no sólo de ensaladas (de palabras y situaciones narradas) sino también postres, jugos, sopas, y todo lo que pueda servir para alimentar mi buche de escritor. Sólo yo decido como fabricar esos menjurjes y si me los como o no. El añejamiento (la putrefacción) se la dejo al tiempo. Así nacen algunos cuentos.


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viernes, 25 de febrero de 2011

Rastros 2.

Estoy sentado en una silla que es muy alta para mis piernas cortas. Miro hacia abajo para ver el color de las baldosas y me encuentro primero con mi vientre abultado de hombre que come dos desayunos. No le hago caso a esa curva traicionera y desvío la mirada hacia las venas gruesas de mis manos. Tengo la piel reseca de tanto lavar platos. Cocino varias veces al día. Me impongo un atuendo de cocinero que no soy y me resigno a mis platillos mal inventados. Lo he dicho antes, casi todo es apabullado con tomillo.

Me deslizo en la silla hasta quedar sentado en el borde del asiento, enderezo la espalda y levanto la mirada. Tecleo sin mirar pero pensando. He venido a otro sitio de Internet en el parque central. El de mi vecindario estaba cerrado. Frente a la puerta pasan trozos intermitentes de personas rumbo a la iglesia vecina. Miro mi pulso, el reloj dicta las siete. ¿Qué voy a preparar de merienda? Sánduches de jamón, queso, ajo salteado, batabia, tomeiro, dip de queso con hierbas. Cero tomillo. Y cocacola con yelo.

Ya la oscuridad borró la tarde. Ayer hubo varias estrellas sobre mi casa, reales, no de pólvora, luego vino una llovizna débil que hizo sonar sobre el tejado un arrullo tímido que me puso a leer hasta que la medianoche quedó atrás. Curiosamente no estaba cansado aunque la cintura me dolía si me acurrubaba como feto grande.

Dejé la ventana abierta para recibir el frescor acompañado de Matamoros que escuchaba el vecino. Me despertaría a las seis del domingo a escribir la materia prima de mi próximo cuento con un tazón de café con poca leche y poca azúcar y rebanadas de pan con mantequilla pura y mermelada de mora. Cuando se despierten los niños comeré pancakes. Segundo desayuno pro panza de Buda.


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jueves, 24 de febrero de 2011

Rastros 1.

Voy a usar algunas epístolas como resorte para mis soliloquios. En realidad uso poco la palabra epístola, siempre me trae un agrio sabor a cristianismo. Bueno, aquí me refiero a este tipo de cartas que llevo escribiendo hace más de cinco años con un par de compañeras de la época universitaria. Una vive cerca y nos vemos cada dos años, en cualquier fecha que logremos sincronizar, para celebrar nuestros cumpleaños atrasados. Usualmente comemos crepes y volvemos a relatarnos casi todo lo que nos hemos contado por correo.

La otra amiga vive lejos. Es una culiseca hermosa, con una voz de vampiresa amaestrada que me derrite con sólo recordarla. Loca, espesa, parda; rueda de amor en amor mientras me cuenta que anda en crisis y que ya casi descubre por dónde es que quiere caminar en la vida.

Lo que yo hago con este ejercicio escritural es que converso, hablo en voz alta en mi cabeza, cuento cómo me va en el día, en los trastabillos de mis ideas y en mis ocurrencias de mortal atascado en su verborrea. Describo el clima y los giros cotidianos que veo cuando voy en el bus o camino en el centro de la ciudad o veo alguna película que me remite a otra de mis tantas fantasías. Hablo del pasado, doy nitidez a mis delirios. Me alzo de hombros.

Esta semana he estado retocando recuerdos con mis hijos, ellos van sacando de su pequeña canastilla de la memoria datos de cuando compartíamos jornadas en mi casa. Recuerdan el barrio. Dicen, Allí había una tiendita donde comprábamos huevos, en la otra esquina una señora vendía arepas con carne de albóndiga, ese niño se llama Pipe, la piscina la abren a las diez, la abuelita se quita los dientes, papá siempre le echa tomillo a las comidas...

Como regla antes de enviar el correo, leo, corrijo metidas de dedo de mecanógrafo artrítico, edito, me obligo a una frase reflexiva, trato de incluir una frase cómica, alguna combinación de palabras ocurrentes y dejar muchas de las torpezas fluir como dueñas del estilo, sobretodo porque lo mejor es no buscar ningún estilo, simplemente hablar...

Quizás para obligarme a mejorar como escritor me dejo contaminar por los buenos giros de los libros que voy leyendo y vierto en mi charla algún reflejo tangencial voluntario de un tema y su tratamiento.
Igual hago con la música, la pintura, la culinaria y todas las mujeres hermosas que deambulan por ahí...

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martes, 22 de febrero de 2011

Alacena De Piropos 2.

Por ti dejaría a Dios esperando en la puerta.

En esos días, mujer, sólo tu abrazo.

Eres la sombra que subyuga mi linaje.

Eres melaza, murmullo, campanas...

Mi provincia es tu rostro, en él habito.

Mujer, soy una brizna en la penumbra de tu selva blanca.

Saqueo tu piel y una bandada de gaviotas desde tu risa vuela.

El ocaso enrolla su madeja de luz en tu cintura.

Un reloj deslíe tu recuerdo en mis venas.

Tus ojos de luna, semillas de mi lumbre.

Mujer salina alfarera de mi rostro de parafina.

Soy el lacayo irredimible de tus labios.

El vello oscuro de tus muslos me ordena navegar en la tormenta.

Te quiero ahora y después de cada diluvio.

Todo se ausenta cuando te ausentas.

Mi paladar es súbdito de su piel.

Tu beso es la jaula que me hospeda.

De un reloj de arena robo el tiempo en que te espero.

Mujer, cuántos quilates por tu abrazo y tu sonrisa?

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domingo, 20 de febrero de 2011

Poeticuento.

Ente Permanente.

Lo que resulta curioso del estado mental en que deambulo es la conversación en solitario que lo atraviesa, un soliloquio que avanza diciendo lo que desea aunque sabe que no tiene audiencia real, es sólo la imagen de tu rostro lo que ocupa mi memoria, con tu actitud de estar distraída de mi y simplemente concentrada en los quehaceres de tu rutina. Te imagino organizando libros y papeles, poniendo la música que te cautiva en el momento, planeando la próxima salida nocturna a charlar con amigos o recordando escenas de una película reciente. Pocas veces recurro a tu imagen postrada en la cama en tus días desolados. Te recuerdo más festiva que abrumada. En esa imagen tuya en mi cabeza, tú no sabes que yo te estoy hablando. Es más, hace ya años que no existo como eje de tus días. Tengo la certeza de que me has olvidado completamente. Hechos polvo deben estar mis gestos y mis movimientos, sin sonido mis frases y mis canciones. Mientras para mi, tú estás más viva que nunca. Es a partir de ti que existen la mayoría de mis actos, la búsqueda de información sobre cómo arman los humanos el amor, por qué la contradicción en el pensamiento y los actos tiene efectos tan contundentes, y por qué las conclusiones sobre como ser mejores las gasta el tiempo con tanta prontitud. Yo hablo. No es una conversación. Nunca hago el guión de lo que tú dirías pues nunca supe lo que pensabas o querías. Lo que tú mostraste o lo que yo vi nunca fue lo real. Te vi con los ojos de mi ceguera, con mi afán de contaminar todo con mi presencia. No quedó un espacio para que pudieras moverte y desapareciste de mi geografía. Ahora eres la presencia total, dueña de mi voz y mis horas. Yo te hablo cuando estoy a solas, en el bus camino a la oficina, mientras espero que el café termine de colarse, cuando me calzo las botas, al quitar el polvo del librero, o caminando en las tardes ardorosas por el centro de la ciudad tomando fotos a lo que se me cruce en frente; y la película de cine mudo que tengo de ti en mis recuerdos, además de no contestarme tampoco me escucha. Y ese monólogo diario no aminora, es mi forma de respirar, de hacerme tangible y no desaparecer completamente en la maraña de una vida sin norte, sin amarras. Claro, hay otros personajes que habitan en mi cabeza, gentes cercanas que han sido testigos de las ideas desbordadas que me ocupan y algo han recogido del aserrín que me sale por los oídos y del engrudo de palabras con que los embadurno, algo han aportado con sus espejos y reverberaciones para que el zumbido de mi cabeza tenga otra coloratura, otro eco. Estar poseído por un ente hecho de desamor y ausencia, no me permite lucir bien. Paso de ser un profeta a ser un hazmerreír, de un iniciado a un baboso, de orador a lunático. Y aunque he aceptado que soy un zombie vegetal, a veces quisiera no serlo. Por eso te hablo en mi mente, te narro los vericuetos por donde va la percepción que tengo de la vida, te cuento en silencio los proyectos en que triunfo, los eventos en que sería alguien distinto del tipo aturdidor que despediste de tu vida, el hombre sencillo que yo sería si tú me amaras, si al fin yo fuera el huésped de tu corazón. .

lunes, 14 de febrero de 2011

Alacena De Piropos 1.

En tus costados un piano desliza versos en mi nombre.

El vértigo de habitarte me inaugura como a un ángel.

No hay guarida más acogedora que tus manos.

Ay mi niña, nada más asfixiante en la vida que tu cruzada de piernas.

Te besaré toda hasta encenderte como a una antorcha.

Tu desnudez me impone su dictadura.

Tu voz que embriaga ángeles.

Cuando mi sexo entra en el tuyo, somos uno que se salva.

Ah tu cuerpo desplegado sobre el lecho.

Tu cuerpo es una balsa para el mar de la lujuria.

Es por tu cuerpo que soy hombre y certeza.

Tus aromas serán el aura que me hierve.

Mi cuerpo se ha alimentado con tu sangre.

Tus suspiros húmedos sueltan el vaho dulzón del deseo.

Tu mirada me jala las entrañas, me derrite los huesos.

Tu mirada es la llamada a guerra.

Tu vientre una cornisa donde anidar en el otoño.

Su ojos negros me daban bríos que ignoraba podía tener.

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miércoles, 9 de febrero de 2011

1997.

Ella es de corta estatura y de cuerpo rollizo. Su pelo rizado está formado por rosquillas arrojadas al azar sobre su cabeza. Reluce, huele a pomarrosa. Me encanta. Cuando camina cerca a mi, yendo o viniendo, o simplemente revoloteando en las maniobras con que moldea su vida, no puedo más que contemplarla en un espasmo que aletarga mi respiración y me impone una sonrisa complacida, inderrotable.

Cuando está de pie, firme, sus corvas se arquean hacia atrás y hacen que sus nalgas, por demás una colina de poca elevación, caigan un poco. Para muchos esa postura rueda desapercibida, para mi es una invitación al abrazo, a presionar sus senos peras de goma contra mi pecho atolondrado.
Sus piernas bastante gruesas no alcanzan a ser rechonchas, y dan albergue a una entrepierna acogedora, excitante.

La primera vez que estuve en ella entré por un agujero que sentí ubicado más arriba de lo que yo recordaba en otras mujeres. Llegué a decirle, Siento que no podría encajar así de bien en otra mujer. Años más tarde nuevos romances me mostrarían lo contrario. Quizás lo que debí haber dicho fue, Nada superará esta conexión que tengo contigo, y allí estaría hablando de esos lazos que un amor indeleble deja amarrados al halo de un fantasma, o un mero pasado dilatado en el recuerdo.

El par de años vividos juntos valieron para saturarme de imágenes de su cuerpo, su voz, su sustancia de mujer arenosa. Su rostro aún me sorprende con hermosura cuando nos encontramos de vez en cuando. Ojos saltones adornados con pestañas muy curvas y largas, mirada ensoñadora y distante que luce acentuada por los párpados cubriendo parte del iris.

Ella mira con fuerza, brillando. Sus labios dibujados con precisión besan engolosinados, su risa es explosiva sin salpicar estridencias, la dentadura pareja favorece el gesto alegre. Lo mejor, indudablemente, es su abrazo esponjoso, bien ajustado, de duración perfecta, de afloje mágico, deslizado, que no te deja sentir que ha concluido, que se inicia la distancia. El roce de sus manos recuerda un pan tibio o un atardecer de verano despejado y salmón.


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martes, 1 de febrero de 2011

Tinta Húmeda 6

1

Abro la madrugada.
Es adrede mi desnudez
que busca ser invadida por el frío.
Corro la bruma con la mano
como abriendo una cortina,
avanzo hacia el día
que empieza a hacerse nítido.
Es mi estrategia para añorar tu abrazo.

Espero tu rostro como fondo del paisaje.

Tus ojos brillantes entran en los míos,
siguen hasta el fondo sin pedir permiso.
Te sabes dueña de lo que llevo.

Tu sonrisa se saborea
con el anuncio de mis besos.

Vuelvo al día que me jala
hacia maniobras vacías.
Tu voz me guía
a través de los bultos inertes
de la ciudad en que vivo.


2

No tengo ninguna sensación turbia,
el tiempo fluye de modo insípido,
espeso,
lento,
con la cadencia de un Blues derretido y frío.

Es media tarde.
Mi premonición del encuentro
flota en una espera que palpita sin levadura.

Ella me reviste de una luz redonda
que me jala como una flecha que sabe donde va.

La espera es por primera vez
una cadencia que no aturde
y sólo embriaga media asta.

En su mirada
puedo ver mi propio rostro de cerca
y sentir su amor
que viene a sostener mis días.


3

Escribano de las estampas del día,
sugiero que me sea permitido
narrar mis impresiones.
¿Pueden ver que estoy descalzo?

No me preocupa la tormenta que se acerca
aunque la luz se vuelva espesa.

Quiero contar que una joven desnuda
ha florecido en mi casa,
danza y habla con ademanes.
Me abraza en el sueño
y me traspasa con su voz de azúcar,
me humedece.

Mi casa es ahora una litografía en movimiento,
dejó de ser un destino
marcado en el mapa de los ciegos.


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