He terminado por aprender a no pensar en nada. Me paso horas sin pensar. Pero no es que mi mente se quede en blanco. Y tampoco está atiborrada de elementos. Más bien funciona como una banda transportadora de imágenes. Esto no se debe a una habilidad innata, es un recurso aprendido de viajar un par de horas diarias de ida y vuelta al trabajo. Miro de frente hacia donde avanza el vehículo. Veo la carretera pasar por debajo de mí. Árboles y postes, montañas y nubes me bordean lateralmente. Repito, mi mente no piensa, quizás registra perspectivas, movimientos. Las imágenes de los recuerdos que se activan, se adhieren a lo que veo sin ejecutar ninguna labor. Pasan por mí sin hacer ningún trazo, siguen de largo, no aportan sabor ni sonido, pasan nada más, mezclándose con lo que veo. Son luz, penumbra, color, matiz, textura, planos en movimiento…
Vivo en ese letargo, aposentado sobre un eje sin destino, sin ilusiones.
Pensar en nada es un estado cómodo que avanza con impulso propio consumiendo horas sin producir ideas, sin levantar puentes entre una vivencia y la siguiente. No hay eslabones en una banda sinfín.
El motor que sostiene el giro es autosuficiente y mantiene una velocidad promedio constante que jamás produce vértigo ni adormecimientos ni sobresaltos.
Soy un zombie vegetal hibernando con los ojos abiertos, inmerso en una jerigonza insípida y arrítmica que se nutre de lo que el paso del tiempo añeja o reverdece, pudre o seca.
Dejo que la vida siga puliendo su deterioro y acepto que esa es la empresa de toda existencia: Gastarse.
Lo que se reproduce tiene una naturaleza confundida que apunta a ser eterna avanzando a través de mutaciones que abandonan unos rasgos y engendran otros. Esa podría ser la definición de Perfección: un movimiento aletargado, circular, en el que cada ente reemplaza algunos elementos que lo constituyen (y juzga defectuosos) en un relevo sistemático, auto regulado por una consciencia de energía que busca purificarse antes de ser absorbida por La Nada.
Ya puedo atreverme a decir que he triunfado, que he alcanzado el estado excelso que correspondía a mi existencia. Cumplo mi tarea. Gasto mi vida sin pensar en nada.
.